La profesión más sagrada

Por Gustavo Friedenberg //

Es posible pensar que los niños encuentran un placer especial en desordenar; como si hubiese necesidad de cierto caos para garantizar la diversión o de destruir la realidad cotidiana para dar forma a nuevas y creativas posibilidades ocultas en un mismo espacio. De modo que la recomposición de un ambiente que nos es familiar garantiza que lo conocido se vuelva nuevo, pudiendo funcionar también como una manera lúdica de meternos en un espectáculo. Esta alteración del orden captura la atención de los espectadores que se acercan a ver la función de No me muero y los predispone para un momento de juego y travesura; como si al llegar les hubiesen dicho: la puerta está rota, tienen que entrar por la ventana! De modo que si se percibe algarabía mientras el público se acomoda en la sala del Teatro Moscú, seguramente se deba a que todos agradecen haber sido invitados a romper las reglas.

De hecho, hay algo muy propio del concepto de hackear o subvertir en el género clown, en la medida en que son personajes a los que todo les está permitido; más aún, encarnan la esperanza de realizar lo que los espectadores no podemos hacer. Al clown se le permite perder la chaveta, incumplir la norma y, en última instancia, se le permite gozar, dando lugar a una suerte de esperanza proyectada que se deposita en unos pocos privilegiados y que Julieta Carrera asume con gran responsabilidad. Tal vez se deba al modo en que construye cada uno de sus personajes que, siempre, nos revelan la profundidad que habita al final de la risa pero, sobre todo, a una honestidad en el modo en que se expone y se ofrece a compartir un momento con cada uno de sus espectadores. No me muero, su más reciente creación, no será la excepción.

El argumento es sencillo; Sandra tiene un trabajo tan ordinario como pretencioso: vende seguros. Es decir, vende ilusión a personas que anhelan no correr riesgos. Por lo demás, bien podría ser recepcionista de un consultorio, servir copas en un bar o preceptora en una escuela… Tiene un trabajo que le es ajeno y que ocupa una buena parte de su jornada para, al final del día, intentar compensar la balanza entre todo aquello que hace para vivir y lo que, en esencia, considera es –o debería ser– la vida. De un lado las obligaciones y del otro su pasión: actuar.

Se trata de una realidad que muchos artistas conocen y que, por lo tanto, tocará varias fibras sensibles ya que, o bien puede ser aceptada con naturaleza, o bien, frustrar y llevar a la desesperación. Lo interesante en la narrativa que construye Carrera radica en que no hay un relato causal de estas cuestiones sino que las presenta como una suerte de limbo en el que Sandra se confunde, se encuentra y vuelve a confundirse. Porque entre tantas preguntas que la aquejan al tiempo que enriquecen sus días, la más difícil parece ser ¿quién soy yo? Curiosamente, Sandra encuentra respuestas en las palabras de otros, nos invita a escucharla y, mientras ella misma se escucha diciéndolas, nos hace partícipes de algo íntimo que se revela para sí misma en forma de carcajada, que es a la vez poesía.

Precisamente, es ese discurso de lo tragicómico lo que Carrera maneja con sutileza y una profundidad desgarradora. Con una peluca de Rosi Bonetto como única máscara, su personaje se muda de ropa entre diseños de Gabriella Gardelics que burlan los conceptos de femenino y masculino, como si no hubiera ataduras a ningún opuesto binario; hace honor de todos los clichés del manual de “golpes y cachiporrazos” de los  grandes maestros de clown y desafía el espacio proponiendo inesperados recovecos en donde cobijarse, que el diseño de luces de Ricardo Sica acompaña con sensibilidad y predisposición al juego. Carrera (también conocida como “Sagitario” por el nombre que llevaba su payasa original) entabla un vínculo con todos lo que la acompañan desde las butacas así como con su asistente en escena, haciéndolos partícipes de una ficción corrida, utilizando esa honestidad del payaso que nos hace recordar que detrás de cada broma hay también una herida; que darle la mano es también sostenerla y que en ese “dar sostén” también uno se sostiene.

No me muero es un refugio, una verdad gritada y compartida. Es también un manifiesto: no me muero cuando soy quien quiero ser, cuando hago reír, es decir, cuando hay otro que ríe conmigo. Y es también una pieza extraordinaria que, irónicamente, construye su originalidad riéndose de los recursos que todos conocemos. Es como si Julieta Carrera se riese de ser payasa, pero dejando en claro que en su reírse no existe una acepción peyorativa, no existe burla ni desprecio sino un único lugar donde la risa es amor y respeto. Eso la vuelve profundamente conmovedora, logrando convencer a cualquiera que la vea de que ser payaso, hacer reír, actuar o bailar están, sin duda, entre las profesiones más sagradas, o bien, que constituyen un ritual tan misterioso como efectivo a la hora de evitar la muerte.

Domingo, 20hs (a partir del 14 de abril). Moscú Teatro: Ramírez de Velasco 535, CABA

Entradas a través de Alternativa Teatral: 

https://www.alternativateatral.com/obra86240-no-me-muero

  • Foto de Bernabé Rivarola

PH: Bernabé Rivarola / @bernaber_fotos

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