El terrible placer de maternar

Por Gustavo Friedenberg // 

Desde hace algún tiempo la maternidad parece no ocupar el lugar que antaño como proyecto de vida. No obstante, y pese a que cada vez opera menos como un mandato, muchas mujeres dan cause a ese deseo aun sabiendo que les espera de todo menos un lecho de rosas. Acerca de las que deciden emprender ese prolífero viaje indaga la nueva obra de Marisa Villar, quien recrea un retrato de los primeros años de la maternidad, al que le imprime también todo ese mundo que supo habitar antes de convertirse ella misma en progenitora; como si se preguntara de qué forma emerge la bailarina y coreógrafa a través de ese cuerpo tomado por pañales, juguetes y llantos demandantes. Así, Mamá peluda nos presenta un universo lleno de presiones a las que es preciso someterse para cumplir “exitosamente” con una tarea para la que no parece posible estar alguna vez lo suficientemente preparada: criar hij@s íntegr@s sin perder la propia integridad en el intento.

Ya desde el título se nos propone una mirada, cuanto menos, irónica al asociar el término mamá con el adjetivo peluda, que durante generaciones se mantuvo muy en contra de los implícitos de femineidad, siguiendo con una caracterización de la mujer moderna occidental que debía estar siempre impecable, arreglada y, sobretodo, depilada. De modo que la pieza no sólo da por descontada la caducidad de los prejuicios mencionados sino que construye una realidad del universo femenino que hace que aquel arquetipo parezca un objeto de ciencia ficción antigua. En cuanto a la maternidad, se posiciona con una suerte de espíritu catártico, como si la obra reclamase que no hablar del reverso de la experiencia de criar hij@s constituye una traición a todas las mujeres y, especialmente, a aquellas que no han pasado por allí pero que tampoco descartan hacerlo.

Villar da una inteligente vuelta de tuerca al concepto de “peluda” al jugar con dos intérpretes de exuberantes cabelleras, dando lugar a un sentido alternativo que relativiza cualquier connotación peyorativa asociada al exceso de pelos; ya no se trata únicamente de relatar que toda madre que se precie posterga el cuidado de su propio cuerpo frente a cualquier demanda infantil, sino que explota una característica propia de sus intérpretes convirtiendo esas cabezas afro en materia significante. Las rizadas artistas en escena son Lola Capúa y Cecilia Capuzzello, ambas bailarinas y madres, lo que le confiere a la propuesta el plus de una autorreferencialidad que se completa con la de la propia Villar. En este punto vale decir que, si bien la directora se constituye a sí misma como un tercer personaje -la única mujer de cabello corto y cuya presencia aparece solo a través de las pantallas instaladas en el espacio escénico- hay algo que no termina de armarse con relación a la lógica que construye a través de sus bailarinas, de modo que configura un sentido sólo para quienes saben que se trata de la propia creadora y que la obra se inspira en su experiencia personal.

Entre los aciertos de la pieza, cabe destacar la versatilidad de Capúa en una escena en la que nos hace transitar por una extensa variedad de sensaciones y sentimientos sin orden ni lógica, tan convincente como el pasaje de la interpretación más figurativa hacia una secuencia de movimientos en la que la acción se vuelve más contundente que cualquier relato. Por su parte, Capuzzello se luce con un solo de claqué en el cual, a través de un único gesto, logra convencernos de lo delgada que resulta esa línea entre la felicidad y el desquicie, llegando a atemorizarnos con una sonrisa más inquietante que la de Mona Lisa. En cuanto a la participación virtual de la directora, interpreta un bucólico y bello solo que aporta mayor consistencia a la danza como lenguaje de la obra, aunque conviene advertir que quienes acudan esperando ver una pieza de danza, posiblemente se queden con ganas de más.

El diseño y dirección audiovisual está a cargo de Estela Cristiani y, plasmado en dos pantallas que dialogan con las intérpretes en vivo, parece querer resaltar la idea de fragmentación; como si no hubiese otra posibilidad para una madre reciente que dividirse en muchas partes que no dependen de su voluntad sino del azaroso ritmo de le infante. Tal vez se trate de una suerte de statement que sostiene que una mujer es muchas cosas además de madre, o bien, desde un punto de vista más poético, que hay algo de la experiencia de maternar que se da de modo singular y solitario, pero que parece tomar la forma de un leguaje universal que toda madre termina hablando sin haberlo aprendido. En lo concreto vemos imágenes de características diversas que pasan del western a un clásico de los domingos de canal 9, así como imágenes fragmentadas de un cuerpo, repetidas y multiplicadas; lo que podría hacernos pensar en la maternidad como un zapping de situaciones inesperadas, capaces de llegar a un extremo tal, que la madre en cuestión pueda a veces percibirlas como algo ajeno, como una película.

Con escenas llenas de giros divertidos, la dupla Villar-Cristiani tal vez no diga algo realmente nuevo acerca de la parte más agobiantes de tener hij@s, pero lo hace desde un lugar original y logra que el público empatice con el universo que propone, tanto por la estética de la ficción como por su modo de tematizar uno de los aspectos más agridulces de la vida cotidiana.

Viernes 22hs. Espacio Callejón: Humahuaca 3759. CABA

Entradas a través de Alternativateatral

https://www.alternativateatral.com/obra84812-mama-peluda

Ph: Guido Ortenzi

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